Donde Dalí pintó el mar, se preparan unas turbinas eólicas
PORT LLIGAT, España — Moisès Tibau se subió a su pequeño bote de madera al amanecer, partiendo de un escarpado afloramiento frente a la casa donde Salvador Dalí compuso algunas de sus pinturas surrealistas más famosas.
Tibau, uno de los dos pescadores que quedan en esta pequeña ciudad mediterránea, esperaba conseguir langostas, langostinos y cabrachos. Pero mientras se adentraba lentamente en una bahía desierta, Tibau iba preocupado por la inminente amenaza de la modernización.
Las autoridades están por aprobar la construcción de un enorme parque eólico flotante en el mar, y las empresas energéticas internacionales ya están compitiendo para aprovechar los volátiles vientos del norte en la zona conocida como la Tramontana.
El impulso llega cuando una ola de calor estival y mortal agravada por el cambio climático rompe récords de temperatura en Inglaterra y ocasiona incendios forestales en Francia, España, Portugal y Grecia.
Docenas de turbinas podrían pronto estar cruzando el horizonte, proporcionando la energía renovable que necesita urgentemente Cataluña, una parte de España que sigue siendo muy dependiente de los combustibles fósiles, pero alterando fundamentalmente la naturaleza de una región que ha cambiado poco desde la época en que Dalí caminaba por sus colinas.
El controvertido proyecto de la costa española es emblemático del tira y afloja que se está produciendo en toda Europa mientras las autoridades se apresuran a reducir las emisiones que provocan el calentamiento del planeta mediante la eliminación gradual de los combustibles fósiles y la rápida construcción de proyectos de energía renovable a escala comercial. La guerra en Ucrania ha añadido urgencia a este esfuerzo, ya que los responsables de las políticas europeas intentan reducir rápidamente su dependencia del petróleo y el gas rusos.
Sin embargo, desde la costa de España hasta los ríos de Albania, los esfuerzos para desplegar grandes proyectos eólicos, solares e hidroeléctricos se topan con obstáculos como la resistencia de los vecinos a las construcciones (la actitud span o no-en-mi-patio conocida como nimby en inglés), la preocupación de los ecologistas y una burocracia que dificulta una actuación rápida.
Para complicar las cosas, los grandes proyectos eólicos y solares requieren un espacio considerable, algo que puede ser difícil de conseguir en Europa, un continente que también tiene miles de años de historia cultural y artefactos con los que lidiar.
La prisa por aprovechar la Tramontana ha surgido como el último punto álgido en un debate creciente sobre dónde ubicar los nuevos proyectos de energía renovable en toda Europa. Además de perturbar paisajes representados en obras maestras como “La persistencia de la memoria”, los residentes de este tranquilo rincón de España afirman que el parque eólico marino también estropearía las vistas del Parque Natural del Cabo de Creus, situaría una enorme maquinaria peligrosamente cerca de una de las mayores reservas marinas de Europa, alejaría a los turistas de la pintoresca ciudad de Cadaqués y perturbaría para siempre su bucólico estilo de vida.
“Como habitante de la zona, me preocupa sobre todo la pesca, sí”, afirma Tibau, de 59 años, que lleva décadas trabajando en estas aguas y se opone al proyecto. “Pero también por el espíritu cultural de Cadaqués, el paisaje que inspiró a Dalí”.
Historias similares ocurren en todo el continente. En el norte de Francia, los pescadores de vieiras lanzaron el año pasado bengalas y bloquearon un barco que trabajaba en la instalación de uno de los primeros parques eólicos marinos del país, y en Suecia hay resistencia a un plan para construir parques eólicos en una zona virgen.
Los isleños griegos llevan a cabo violentas protestas contra un gran parque eólico que, según los residentes, destruiría los antiguos bosques y perturbaría el turismo, mientras que en Italia, un enrevesado proceso de concesión de permisos está obstaculizando la capacidad de las empresas para construir proyectos eólicos donde ya han sido aprobados.
En otros lugares de España, los residentes se oponen a los planes de una enorme planta solar en Andalucía que, según dicen, perturbaría una zona arqueológicamente sensible. Y en Europa del Este, los activistas obtuvieron recientemente una importante victoria cuando el gobierno albanés acordó no instalar presas en el río Viosa para la producción de energía hidroeléctrica.
“A pesar del abrumador consenso sobre la necesidad de un cambio, si hablas con la gente, simplemente no quieren un parque eólico junto a ellos”, dijo Viktor Katona, analista de energía en Kpler, una firma de investigación. “El nimbismo está definitivamente ahí, pero también es el miedo a lo desconocido, y se trata de una forma de vida”.
La gran mayoría de los europeos, incluidos los de Port Lligat y sus alrededores, apoyan los esfuerzos ambiciosos por aumentar las energías renovables.
“Cuando lo vi por primera vez, lo apoyé”, dijo Josep Lloret, un destacado biólogo marino que enseña en la cercana Universidad de Girona. “Necesitamos soluciones para mitigar el cambio climático”.
Pero a medida que Lloret analizaba los detalles y empezaba a considerar los efectos en el ecosistema, se desanimó con el proyecto.
“Esta es una de las zonas más importantes del mar Mediterráneo”, dijo, y señaló que la Unión Europea había designado recientemente gran parte de la zona cercana como reserva marina y que hay un santuario de aves cercano en la costa. “Es un verdadero centro de biodiversidad”.
Otros científicos también están preocupados por el parque eólico propuesto. En un rincón de una lonja de la cercana localidad de El Port de la Selva, Patricia Baena y Claudia Traboni, dos biólogas marinas que trabajan para el gobierno español, estaban rehabilitando una suerte de coral blando que suele quedar atrapado en las redes de pesca.
Dicen que si bien la pesca en la zona le pasa factura al organismo, conocido como gorgonia, el efecto del parque eólico podría ser peor, ya que los grandes cables submarinos que anclan las turbinas al fondo del mar revuelven el limo y perturban el frágil ecosistema bajo las olas.
“Son como los árboles del bosque”, dice Baena. “Si desaparecen, desaparecerá toda la biodiversidad asociada a ellos”.
Los pescadores comerciales también se oponen al proyecto eólico, pues temen que su construcción y equipamiento, incluidas las líneas de transmisión eléctrica, empujen las valoradas gambas rojas mar adentro.
Guillermo Francisco Cornejo, de 46 años, jefe de la cofradía de pescadores de El Port de la Selva, dijo que con el costo de la pesca ya elevado, el parque eólico podría hacer insostenible lo que ya es un medio de vida precario.
“Están subiendo el precio de la gasolina, subiendo el precio de la electricidad, y estamos atrapados”, dijo.
“Hay que sacrificar algunas partes del mar”, dijo Lloret, el biólogo marino. “Pero hay que encontrar los lugares en los que se produzca el menor daño”.
Las empresas que esperan construir los parques eólicos afirman que sus proyectos no alterarán significativamente el medio ambiente.
“Hay una emergencia climática, y este tipo de soluciones son fundamentales”, dijo Carlos Martín, director ejecutivo de BlueFloat Energy, una empresa española que planea participar en la licitación del proyecto a finales de este año.
El proyecto de BlueFloat incluiría 35 turbinas, cada una de las cuales se elevaría 260 metros sobre el agua, y produciría unos 500 megavatios de energía, suficientes para cubrir aproximadamente la mitad de la demanda energética de la provincia local, que tiene unos 750.000 habitantes. Otras empresas también están preparando ofertas, algunas de las cuales podrían incluir más turbinas. Los funcionarios del gobierno y las empresas que trabajan en los proyectos afirman que la ubicación frente a Port Lligat es la mejor de la región para la energía eólica marina debido a los fuertes vientos de la Tramontana.
Martín sostiene que el hecho de que las turbinas eólicas sean flotantes, en lugar de estar fijadas al fondo del mar, reducirá los efectos a largo plazo. Y afirma que, aunque es inevitable que se produzca algún impacto en el medio ambiente, el imperativo de construir nuevas fuentes de energía limpia pesa más que esas preocupaciones.
“Siempre se puede ver el cambio como una amenaza”, dijo Martín. “Pero el cambio puede ser una oportunidad, y la oportunidad aquí es increíble”.
A medida que la guerra en Ucrania se prolonga, los líderes europeos se han movido para reducir las importaciones de petróleo y gas ruso, y se comprometieron a acelerar el despliegue de nuevos proyectos de energía renovable.
En 2020, las energías renovables representaban el 22,1 por ciento de la energía consumida en la Unión Europea, frente a solo el 12,2 por ciento en Estados Unidos. En mayo, la Comisión Europea dio a conocer un plan para duplicar el uso de energías renovables para 2030.
Tibau, al centro, desenredaba redes con ayuda de los vecinos.
Sin embargo, con la guerra que hace subir los precios de la energía en todo el mundo, los líderes europeos están empezando a dejar de lado los objetivos climáticos y a centrarse en la reducción de los costos energéticos, dando marcha atrás en sus planes de dejar de quemar carbón e invirtiendo miles de millones en nuevas infraestructuras de gas natural.
Y aunque los gobiernos se apresuran para dar luz verde a nuevos proyectos, ya existe una gran diferencia entre lo que se ha aprobado y lo que se está construyendo, ya que la lentitud de los permisos, las protestas y las revisiones medioambientales provocan retrasos. En toda Europa, los gobiernos han aprobado aproximadamente cuatro veces más energía eólica de la que se está construyendo, según la empresa de investigación Energy Monitor.
“A la gente no le gusta el carbón, el petróleo y el gas, pero no quiere otras opciones”, dijo Katona, el analista de energía. “El área de políticas gubernamentales sigue siendo caótica, y va a ser muy difícil encontrar la solución”.
Mientras Tibau se dirigía a revisar las redes que había colocado dos días antes, con la luna llena todavía a sus espaldas al amanecer, pasó por una península rocosa que inspiró a artistas como Picasso, Man Ray y Marcel Duchamp. En lo alto de una colina se encontraba el faro que sirvió de escenario para la película de Kirk Douglas de 1971 El faro del fin del mundo.
Finalmente, llegó a su boya y detuvo su bote.
Trabajando solo, Tibau levantó cientos de metros de red a mano, y devolvió pepinos de mar protegidos y crustáceos más pequeños. Después de media hora de trabajo, tenía una captura respetable: una langosta grande, un cabracho y una decena de langostinos.
Más tarde, los cocineros de los restaurantes cercanos se acercaron al lugar sombreado donde Tibau repara sus redes y compraron las capturas de la mañana por unos 175 dólares.
Es un acuerdo que no ha cambiado mucho en medio siglo, cuando una generación anterior de pescadores enseñó a Tibau a trabajar en esta pequeña parcela de mar.
“Si Dalí siguiera vivo hoy”, dijo Tibau, “tendría el poder de poner fin a este proyecto”.
David Gelles es corresponsal de la sección Clima y cubre temas en la intersección del sector privado y la política pública. Síguelo en LinkedIn y en Twitter. @dgelles