En Francia, los futuros agricultores son expertos en tecnología y quieren los fines de semana libres
YVELINES, Francia — En una granja de un siglo de antigüedad que se ha convertido en un campus de empresas emergentes en esta verde región al oeste de París, los programadores de computadoras aprenden a programar robots de cosecha. Los jóvenes urbanitas que planifican viñedos o granjas que se guiarán por los macrodatos perfeccionan sus propuestas para los inversionistas.
En un campo cercano, hace poco, los estudiantes supervisaban a las vacas equipadas con collares tipo Fitbit que llevan un registro de su salud, antes de dirigirse a un espacio de trabajo abierto y con ventanales en un granero reconvertido (con máquinas de capuchino) para encorvarse sobre sus computadoras portátiles, estudiando técnicas rentables que ayudarían a revertir el cambio climático a través de la agricultura.
El grupo formaba parte de una nueva empresa agrícola poco ortodoxa llamada Hectar. La mayoría de ellos nunca había estado cerca de vacas, y mucho menos de campos de rúcula orgánica.
No obstante, una crisis se cierne sobre Francia: la escasez de agricultores. Las características importantes de las personas reunidas en el campus era su innovación, que tenían orígenes diversos y estaban deseosas de empezar a trabajar en un sector que los necesita con desesperación para sobrevivir.
“Necesitamos atraer a toda una generación de jóvenes para cambiar la agricultura, para producir mejor, de manera menos costosa y con más inteligencia”, afirmó Xavier Niel, un multimillonario francés del ámbito de la tecnología que es el principal patrocinador de Hectar. Niel, quien se ha pasado décadas agitando el anquilosado mundo empresarial francés, ahora se une a un movimiento en expansión que pretende transformar la agricultura francesa, sin duda el sector más protegido del país.
“Para ello”, dijo, “tenemos que hacer que la agricultura sea sexi”.
Antoine Maché, de 32 años, es ingeniero de robótica en Neofarm, que opera en menos de media hectárea.Credit…Andrea Mantovani para The New York Times
Francia es el principal granero de la Unión Europea, con una producción agrícola que representa una quinta parte de toda la del bloque de 27 países; sin embargo, la mitad de sus agricultores tienen más de 50 años y se jubilarán en la próxima década, por lo que casi 160.000 granjas están en juego.
A pesar de que el índice de desempleo juvenil supera el 18 por ciento, hay 70.000 puestos vacantes de trabajo agrícola, y los jóvenes, incluidos los hijos de los agricultores, no están haciendo fila para ocuparlos.
Muchos se sienten desanimados por la imagen de la agricultura como una ocupación intensiva en trabajo que ata a los agricultores a la tierra. Aunque Francia recibe anualmente la asombrosa cifra de 9000 millones de euros (10.400 millones de dólares) en subvenciones agrícolas de la Unión Europea, casi una cuarta parte de los agricultores franceses viven por debajo del umbral de la pobreza. Francia se enfrenta desde hace años a una silenciosa epidemia de suicidios de agricultores.
Y a diferencia de Estados Unidos, donde la evolución digital de la agricultura está muy avanzada y las enormes granjas hidropónicas de alta tecnología se multiplican por todo el país, la revolución tecnológica en las granjas ha tardado en afianzarse. El sector en Francia está muy regulado y un sistema de décadas de subvenciones a las explotaciones agrícolas basado en el tamaño y no en la producción ha funcionado como un freno a la innovación.
El gobierno francés ha respaldado algunos cambios en el gigantesco programa de subsidios agrícolas de Europa, aunque los críticos dicen que no tienen el alcance suficiente. Aun así, el presidente Emmanuel Macron ha tratado de rejuvenecer la imagen de la agricultura, y ha pedido virar hacia la “agrotecnología” y una transición rápida hacia una agricultura sustentable como parte de un plan de la Unión Europea que pretende eliminar para 2050 las emisiones que contribuyen al calentamiento global.
Sin embargo, los defensores afirman que, si se quiere atraer un ejército de jóvenes necesario para llevar la agricultura hacia el futuro, el estilo de vida del agricultor tendrá que cambiar.
“Si dices que tienen que trabajar 24 horas al día, siete días a la semana, no funcionará”, comentó Audrey Bourolleau, fundadora de Hectar y exasesora de agricultura de Macron. “Para que haya un rostro nuevo de la agricultura del mañana, tiene que haber una revolución social”.
La visión de Hectar gira en torno a atraer a 2000 jóvenes de entornos urbanos, rurales o desfavorecidos cada año, y equiparlos con la visión empresarial para que sean agricultores-empresarios capaces de producir empresas agrícolas sustentables y atraer inversionistas, todo ello generando un beneficio, y con los fines de semana libres.
Siguiendo el modelo de una escuela de codificación poco convencional llamada 42, que Niel fundó hace una década, Hectar opera al margen del sistema educativo francés ofreciendo matrícula gratuita y formación intensiva, pero sin un diploma avalado por el Estado. Apoyado principalmente por inversores privados y patrocinadores corporativos, Niel apuesta porque los graduados de Hectar serán más emprendedores, más innovadores y, en última instancia, más transformadores para la economía francesa que los estudiantes que asisten a las universidades agrícolas tradicionales. (Hectar solo puede agitar las cosas hasta cierto punto: los estudiantes seguirían necesitando un diploma de una escuela agrícola para poder ser agricultor calificado en Francia).
Algunos de esos principios ya están empezando a verse en la agricultura francesa. En NeoFarm, una granja agroecológica de hortalizas situada en una parcela compacta de 8000 metros cuadrados a media hora de camino al este del campus de Hectar, cuatro empleados jóvenes pasaron una tarde reciente monitoreando computadoras portátiles y programando un robot para que plantara semillas en hileras ordenadas.
NeoFarm, puesta en marcha por dos empresarios franceses del ámbito de la tecnología, está a la vanguardia de una tendencia en Francia que consiste en crear pequeñas granjas cerca de los centros poblacionales y cultivar alimentos sanos con menos fertilizantes y combustibles fósiles. Mientras las grandes granjas francesas utilizan la tecnología para aumentar el rendimiento y reducir los costos, las granjas boutique pueden utilizar la tecnología para ampliar su producción y aprovechar lotes mucho más pequeños, frenando los costos y reduciendo las tareas laborales tediosas a fin de crear un estilo de vida atractivo, señaló Olivier Le Blainvaux, uno de los fundadores que tiene otras once empresas emergentes en los sectores de defensa y salud.
“Trabajar con la robótica hace que sea un trabajo interesante”, dijo Nelson Singui, de 25 años, uno de los trabajadores contratados hace poco en NeoFarm para cuidar los cultivos y supervisar los sistemas que siembran las semillas de manera automática, riegan las plantas y cosechan las zanahorias.
A diferencia de otras granjas en las que había trabajado Singui, NeoFarm ofrecía un horario de trabajo regular, la oportunidad de trabajar con la última tecnología y la posibilidad de progresar, dijo. La empresa tiene previsto abrir cuatro nuevas granjas en los próximos meses.
Esta expansión se produce en un momento en el que los llamados neo-campesinos han empezado a emigrar de las ciudades francesas a las zonas rurales para probar suerte en la agricultura sostenible, atraídos por una carrera en la que pueden ayudar a luchar contra el cambio climático en un país en el que el 20 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero proceden de la agricultura.
No obstante, según Le Blainvaux, algunos de estos agricultores bisoños no saben cómo hacer que sus empresas sean económicamente viables. Compañías nuevas como NeoFarm, y escuelas como Hectar, pretenden retener a los recién llegados ayudándoles a cultivar empresas rentables y a desprenderse de las subvenciones gubernamentales, que, según los críticos, desalientan la innovación y la toma de riesgos.
Esta visión idealista no ha convencido a todos, en especial a las poderosas asociaciones agrícolas francesas.
“Cuando no estás en este sector es muy fácil decir: ‘Voy a volverlo sexi con la tecnología’”, dijo Amandine Muret Béguin, de 33 años, directora de la Unión de Jóvenes Agricultores de la región de Île-de-France, donde se encuentra el campus de 607 hectáreas de Hectar. “Puedes tener las mejores escuelas y los mejores robots, pero eso no significa que tengas una vida mejor”.
Muret Béguin, que procede con orgullo de una familia de agricultores y cultiva unas 200 hectáreas de cereales, afirma que la agricultura francesa ya ha evolucionado hacia una mayor sostenibilidad ecológica, pero que el público en general no es consciente de ello.
Los miembros de su grupo cuestionan la necesidad de un campus como el de Hectar cuando, dicen, las escuelas agrícolas certificadas por el Estado que ya enseñan gestión y tecnología de las explotaciones agrícolas están muy mal financiadas. La forma de atraer a más gente a la agricultura, añadió Muret Béguin, es que los consumidores “reconozcan y valoren el duro trabajo que ya hacen los agricultores”.
Aun así, para personas como Esther Hermouet, de 31 años, procedente de una familia de viticultores cerca de Burdeos, Hectar responde a una necesidad que otras instituciones agrícolas no ofrecen.
Esa tarde, Hermouet convivió con un grupo diverso de jóvenes estudiantes, entre ellos un productor audiovisual desempleado, un empresario musulmán y un fabricante de sidra artesanal.
Hermouet y sus dos hermanos estaban a punto de abandonar el viñedo que administraban sus padres, ya jubilados, pues temían que tomar el relevo supusiera más problemas de los que merecía la pena. Algunos de sus vecinos ya habían visto a sus hijos dejar los viñedos por trabajos más fáciles que no requerían despertarse al amanecer.
No obstante, señaló que su experiencia en Hectar la había hecho más optimista en cuanto a la viabilidad del viñedo, tanto desde el punto de vista comercial como del estilo de vida. Aprendió sobre lanzamientos comerciales, créditos por captura de carbono para ayudar a aprovechar al máximo los réditos y técnicas de gestión del suelo para reducir el cambio climático. Hubo sugerencias sobre cómo trabajar de manera más inteligente en menos horas, por ejemplo, utilizando la tecnología para identificar solo las viñas aisladas que necesitan tratamiento.
“Si mi hermano, mi hermana y yo vamos a trabajar la tierra, queremos tener una vida buena”, dijo. “Queremos encontrar un modelo económico nuevo y hacer que el viñedo sea rentable, y también que sea sustentable para el medio ambiente durante décadas”.
Para Niel, que hizo su fortuna trastocando el mercado francés de las telecomunicaciones, unirse a un movimiento para modernizar la forma en que se alimenta Francia es el equivalente a un jonrón.
“Es una visión que puede parecer demasiado bonita para ser verdad”, dijo Niel. “Pero a menudo descubrimos que es posible convertir esas visiones en una realidad”.
Léontine Gallois colaboró con este reportaje.
Liz Alderman es la corresponsal jefa de negocios para Europa y está radicada en París, donde cubre los desafíos económicos y de desigualdad en ese continente. Previamente fue editora adjunta de negocios y pasó cinco años como editora comercial de The International Herald Tribune. @LizAldermanNYT