‘Sin techo, sin comida y sin agua’: así se vive el asedio de las tropas rusas en una ciudad de Ucrania
LEÓPOLIS, Ucrania — Después de que las fuerzas rusas rodearon la ciudad de Mariúpol en el sur de Ucrania, cortando el suministro de agua y combustible e impidiendo la entrada de los convoyes de ayuda, Yulia Beley se refugió en el sótano de un vecino con sus tres hijas y luchó para sobrevivir.
Su esposo estaba defendiendo la ciudad, por lo que se aventuró a salir mientras caían las bombas para sacar agua de un pozo lejano y trató de consolar a sus hijos mientras los bombardeos sacudían las paredes y el techo. Con el tiempo, la comida disminuyó y Beley, una panadera, dijo que alimentaba a sus hijos hambrientos con un plato de avena al día que compartían entre ellos. Su hija de 6 años, Ivanka, soñaba con los panecillos dulces de semillas de amapola que su madre hacía antes de la guerra.
“Eso te destroza”, dijo Beley, de 33 años, quien hace una semana logró escapar de la ciudad pero todavía está traumatizada. “Solo sollozaba, lloraba y gritaba con la cara en las almohadas cuando nadie me veía”.
Poco después de que Rusia invadió Ucrania, las tropas sitiaron Mariúpol utilizando la antigua táctica de guerra que consiste en generar una hambruna en la ciudad —que llegó a ser un bullicioso centro urbano de 430.000 habitantes— para que se rindiera.
Desde los días en que los ejércitos rodeaban los castillos medievales en Europa hasta la batalla de Stalingrado en la Segunda Guerra Mundial y la presión ejercida sobre las comunidades rebeldes en Siria durante los 11 años de guerra civil, los militares han utilizado los asedios a lo largo de la historia, independientemente de los efectos catastróficos para los civiles que quedan atrapados en los conflictos bélicos.
Este mes, el secretario de Estado estadounidense, Antony J. Blinken, acusó a Rusia de “matar de hambre” a las ciudades de Ucrania. Invocó la memoria del hermano del presidente ruso Vladimir Putin, Viktor, quien murió en la infancia durante el sitio alemán de Leningrado en la Segunda Guerra Mundial.
“Es vergonzoso”, dijo Blinken. “El mundo le está diciendo a Rusia: ‘Detengan estos ataques de inmediato. Dejen entrar la comida y las medicinas. Dejen salir a la gente de manera segura y pongan fin a esta guerra contra Ucrania’”.
Los estudiosos de la guerra de asedio dicen que la táctica sirve para diferentes propósitos, como debilitar a los enemigos y evitar enfrentamientos que pueden ocasionar la muerte de los soldados de las tropas que implementan el sitio, o congelar los frentes activos mientras las fuerzas atacantes se reposicionan. Pero la naturaleza extenuante de los asedios, y cómo usan el hambre para que los cuerpos de las personas se vuelvan en su contra, les da un poder psicológico único entre las tácticas de guerra, según los académicos y los sobrevivientes de los asedios.
“El asedio es una forma de quebrantar la voluntad, humillar y, finalmente, controlar”, dijo Mouna Khaity, una investigadora especializada en temas de salud y género que vivió el asedio de cinco años del gobierno sirio contra Guta Oriental, una zona cerca de Damasco.
Según Khaity, privar de alimentos a una zona residencial mientras la bombardean no solo sirve para expulsar a los combatientes, sino para que todos los que se quedaron atrapados reciban mensajes como: “No eres un ser humano igual a mí. ¡No mereces comer, beber, tomar medicamentos o incluso respirar!”.
Después de que sitiaron Mariúpol el mes pasado, las fuerzas rusas aislaron a la ciudad de todo lo que necesitaba para vivir, dijo el alcalde, Vadym Boychenko, en la televisión nacional ucraniana. También destruyeron las centrales eléctricas por lo que no había suministro cuando las temperaturas bajaron, y tampoco había agua ni gas, que son esenciales para cocinar y calentar, afirmó el alcalde.
Algunos civiles lograron huir, haciendo viajes angustiosos a través de calles destruidas y puestos de control rusos. Pero se cree que unas 160.000 personas siguen atrapadas en la ciudad, dijo Boychenko, y más de dos decenas de autobuses enviados hace días para evacuarlos no pudieron ingresar a la urbe debido a los bombardeos rusos.
El lunes, el Comité Internacional de la Cruz Roja dijo que cesará las operaciones de socorro en Mariúpol porque las partes en conflicto no podían garantizar la seguridad de los trabajadores humanitarios.
Casi 5000 personas, incluidos unos 210 niños, han muerto allí, asevera el funcionario, pero esas cifras no han podido ser confirmadas por las dificultades para obtener información.
Las fuerzas rusas controlan algunos sectores de Mariúpol, dijo el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, en un encuentro con un grupo de periodistas rusos independientes celebrado el domingo. Pero el centro de la ciudad sigue aguantando, según analistas militares ucranianos y británicos.
Pyotr Andryuschenko, colaborador del alcalde, le dijo a The New York Times que aproximadamente 3000 combatientes ucranianos del Batallón Azov estaban defendiendo la ciudad contra unos 14.000 soldados respaldados por Moscú.
Cuando comenzó el asedio, una residente de Mariúpol, Kristina, dijo que ella, su esposo y sus dos hijos acamparon en la entrada de su edificio, con la esperanza de que les brindara mejor refugio y más protección que su apartamento.
Su esposo, un analista de negocios, se aventura a buscar agua y ella cocina en un fogón improvisado. También recogieron agua de lluvia, y nieve, que hierven para esterilizarla.
Ella leía cuentos de hadas para tratar de distraer a los niños, pero cuando tenían hambre, “se apagaba la chispa de sus ojos”, dijo Kristina, quien no quiso dar su nombre completo por temor a las represalias. “No tenían interés en nada”.
“Comíamos una vez al día”, dijo. “Era principalmente por la mañana o por la noche cuando los niños gritaban y decían: ‘Quiero comer’”.
Su familia huyó de la ciudad, pero dejaron atrás a su padre y a los abuelos. Ha tenido problemas para contactarlos porque la mayoría de las redes telefónicas de la ciudad fueron cortadas.
Dijo que la semana pasada le enviaron un mensaje de texto que decía: “Sin techo, sin comida y sin agua”.
Los médicos que estudian el hambre y la inanición describen un proceso sombrío en el que el cuerpo se consume a sí mismo para mantenerse con vida. Primero se quema la glucosa almacenada en el hígado, luego la grasa y luego los músculos.
Aunque la deshidratación puede matar en menos de una semana, un adulto bien alimentado puede sobrevivir más de 70 días solo con agua. Los niños, los ancianos y los enfermos sucumben más rápidamente.
Otras investigaciones han demostrado que el hambre no solo debilita el cuerpo sino que perturba la mente.
Nancy Zucker, profesora de psiquiatría y ciencias del comportamiento en la Universidad de Duke, dijo que la investigación realizada durante la Segunda Guerra Mundial en 36 objetores de conciencia masculinos que consumieron una dieta baja en calorías inspirada en la que se les dio a los prisioneros de guerra mostró que habían sufrido “consecuencias psicológicas significativas”.
Y agregó: “Tenían neurosis de inanición: aumento de la ansiedad, aumento del aislamiento, aumento de la depresión”.
Ese daño se agrava en circunstancias traumáticas, como las guerras.
“Esto es una hambruna desatada durante una catástrofe”, dijo. “Es muy difícil separar las profundas consecuencias psicológicas de vivir un estado de guerra y no tener suficiente comida”.
El recuerdo del hambre persiguió a los objetores de conciencia que participaron en el estudio mucho después de haber recuperado sus fuerzas.
“Necesitaban estar rodeados de comida”, y algunos siguieron obsesionados con eso, dijo. “Varios se convirtieron en chefs”.
Irina Peredey, una trabajadora municipal de Mariúpol, dijo que después de escapar estuvo tan conmocionada que no pudo comer durante días.
Después de eso, comenzó a desear una comida completa a cada hora.
“Pasa una hora y quieres comer”, dijo Peredey, de 29 años. “Creo que es psicológico. Comienzas a comer constantemente, y quieres comer tanto como sea posible”.
Al principio estaba confundida, dijo.
“Pero creo que así es como mi cuerpo se está defendiendo”.
Beley, la panadera que luchaba por sobrevivir en el sótano de Mariúpol, dijo que las bombas que sacudían el edificio y los proyectiles eran tan frecuentes que su hija Aida, de 3 años, aprendió a distinguir entre el fuego entrante y saliente.
Pronto la familia se quedó sin comida. Una mujer le regaló un tarro de miel.
“Así es como sobrevivimos”, dijo. “No teníamos comida, pero no podemos decir que no comimos porque una cucharada de miel una vez al día ya es una especie de almuerzo”.
Cuando su familia logró escapar, se sintió débil, como si su cuerpo estuviera luchando para funcionar. Los soldados rusos le ofrecieron dulces a ella y a sus hijos y, al principio, se negó. Pero luego cambió de opinión.
“Pedía caramelos, azúcar”, dijo. “Me di cuenta de que necesitaba algo para poder mantenerme”.
Valerie Hopkins reportó desde Leópolis, Ucrania, Ben Hubbard desde Beirut, Líbano, y Gina Kolata desde Princeton, Nueva Jersey. Asmaa al-Omar y Hwaida Saad colaboraron desde Beirut.
Valerie Hopkins es corresponsal en Moscú. Anteriormente cubrió Europa central y sudoriental durante una década, más recientemente para el Financial Times.@VALERIEinNYT
Ben Hubbard es el jefe del buró de Beirut. Ha pasado más de una decena de años en el mundo árabe, incluidos Siria, Irak, Líbano, Arabia Saudita, Egipto y Yemen. Es el autor de MBS: The Rise to Power of Mohammed bin Salman. @NYTBen
Gina Kolata escribe sobre ciencia y medicina. Ha sido dos veces finalista del premio Pulitzer y es autora de seis libros, entre ellos Mercies in Disguise: A Story of Hope, a Family’s Genetic Destiny, and The Science That Saved Them. @@ginakolata • Facebook